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domingo, 9 de octubre de 2016
Artículo: El mundo “visual” del ciego.
El mundo “visual” del ciego.
Acerca de las imágenes y la vida onírica en ciegos (congénitos)
Cristina Oyarzabal
Un día le dije:
_ "Señorita, imagínese un cubo".
_ "Lo veo."
_ "Imagine un punto en el centro del cubo."
Ya está."
"Trace líneas rectas desde ese punto a los ángulos; entonces, habrá dividido el cubo...
_." En seis pirámides iguales agregó por sí misma , cada una de ellas con las mismas caras, la base del cubo y la mitad de su altura."
_ "Es cierto, pero ¿cómo lo vio?"
_ "En mi cabeza, como usted."
Diderot. Carta sobre Ciegos para uso de los que ven
Refiriéndose a la joven ciega nos dirá:
“Confieso que nunca entendí claramente cómo representaba cosas en su cabeza sin colorear. ¿Se había formado ese cubo por la memoria de las sensaciones del tacto? ¿Acaso su cerebro se ha¬bía vuelto una especie de mano bajo la cual se hacían reales las sustancias? ¿Se había estableci¬do a la larga una suerte de correspondencia en¬tre dos sentidos diferentes? ¿Por qué esa comuni¬cación no existe en mí y no veo nada en mi cabe¬za si no lo coloreo?”
Desde niña sentí una gran fascinación por los ciegos y su mundo, ¿cómo imaginan?, ¿cómo sueñan?, ¿cómo vería un ciego de nacimiento si se produjese el hecho casi milagroso de que le devolvieran la luz de la que estaba privado? Muchos años más tarde la experiencia con sujetos ciegos me permitió vislumbrar que el ciego no está privado de nada y más aún el hecho casi novelesco de que a un ciego que nunca vio le sea dada la vista es un deseo de quienes vemos no de aquel que nació privado de la luz.
Ante la pregunta sobre si estaría contento de tener ojos Nicholas Saunderson, un célebre matemático newtoniano ciego, nos dice:” Si la curiosidad no me dominara me gustaría igualmente tener brazos largos; me parece que mis manos me informarían mejor sobre lo que pasa en la luna que sus ojos o sus telescopios; y además los ojos dejan de ver antes que las manos de tocar. Sería mucho mejor, entonces que perfeccionaran en mí el órgano que tengo antes que concederme el que me falta.
Saunderson jamás vio la luz, sin embargo la imaginó , fue profesor de óptica, y construyó una imagen del universo; esto emocionó inmensamente al joven Diderot que en su irónicamente titulada Carta sobre ciegos para uso de los que pueden ver (1749) habiendo conocido personalmente al ciego ilustre , afirma que los ciegos pueden construir un mundo suficiente y no sienten sensación de insuficiencia alguna.
Sin siquiera sospecharlo, mi curiosidad infantil era como la de todo niño, es decir, cercana a uno de los grandes problemas filosóficos; mi curiosidad estaba dirigida a los ciegos de nacimiento, cómo era el mundo para aquellos que parecían en un punto tan diferentes a mí y en otro punto tan iguales?
La ceguera, como privación de la luz, aparece ominosa al mundo de los videntes; como significante expresa el “cegamiento” sobre sí mismo, la pretensión, el alarde, la vanidad; significante metafórico de las innombrables formas de la estupidez.
¿Qué cuestiones profundas evoca la ceguera que hasta su nominación parece haber sido un atrevimiento de la lengua?
Tanto para las lenguas antiguas como las lenguas vivas deviene metáfora de debilidades físicas y psíquicas. La semántica indoeuropea no sólo se refiere a la “privación de la luz” sino que fundamentalmente evoca la sombra. La sombra como un compromiso entre la luz y la oscuridad, atestigua la ambivalencia semántica, una cierta “atenuación” de la ceguera, ante el hecho de nombrarla. Es la monoftalmía, o sea, el hecho de ver con un solo ojo lo que da origen a las raíces a partir de las cuales nuestras lenguas se atrevieron a nombrarla. ¿Forma imaginaria de relativizar esta otra “transacción semántica” consistente en movilizar, para hablar de la ceguera, raíces que significan en primer lugar, no la opacidad, sino la semitransparencia de la nube o del humo?
¿Modos imaginarios de desdramatización lingüística que hace que las lenguas indoeuropeas la presenten como un caso simple de “emborronamiento” de la visión?
¿Temor o pudor ante la calamidad del “no ver”? ¿Intento mágico de conjuro del drama íntimo que resulta para el sujeto? Siempre estas lenguas se guardaron muy bien de nombrar la ceguera con precisión.
La lengua griega ha elegido la misma actitud semántica. Una idea inicial de “humo” se encuentra ligada a la raíz de algunas palabras que no sólo dan lugar a “ciego”, “ahumar” sino que está igualmente en el origen de todo un vocabulario sobre la oscuridad, tanto del espíritu como del cuerpo. Las ideas de “polvo” y de “humo”, de “suciedad” y de “mancha” forman de alguna manera la red semántica que se articula a las expresiones de la “noche”, del “negro” y del “espanto”
Sin embargo, la oscuridad no parece estar presente en el mundo de los ciegos, al menos como nosotros la imaginamos.
Diderot nos dice que su joven ciega cuando escuchaba cantar, distinguía voces morenas y voces rubias.
Una muchacha ciega congénita, me dijo, hace pocos días atrás que ella imaginaba a algunas personas rubias y a otras morenas por el sonido de su voz.
Una joven que perdió la vista cuando pequeña me dice que los ciegos no viven en la oscuridad ; cuando ella veía y cerraba los ojos , había oscuridad, pero cuando queda ciega, la oscuridad no existió más, llamar oscuro al mundo de los ciegos no es real, ella ve “nada” ; se trata de una sensación, imposible de explicar ;así también la joven ciega puede imaginar en su cabeza el cubo que Diderot le sugiere aunque él nos confiese que nunca entendió claramente cómo la joven representaba cosas en su cabeza sin colorear. ¿Se había formado ese cubo por la memoria de las sensaciones del tacto? ¿Acaso su cerebro se ha¬bía vuelto una especie de mano bajo la cual se hacían reales las sustancias? ¿Se había estableci¬do una suerte de correspondencia en¬tre dos sentidos diferentes?
¿Qué es la imaginación de un ciego?
¿Cómo imagina, cómo sueña, cómo construye el espacio un ciego congénito, es decir, aquel que jamás tuvo una experiencia de lo visible? Este fenómeno no es tan fácil de explicar como podría creerse .No pretendo para nada abarcar todo el campo de este enigma, sólo vamos a intentar una aproximación a la óptica de los ciegos congénitos.
Para nosotros, analistas, la relación del sujeto con el órgano está en el centro de nuestra experiencia. En relación al ojo, éste nos ha de llevar a exploraciones lejanas.
Viajemos.
Estamos en 1749. No se trata de una preocupación humanitaria el interés que numerosos filósofos manifiestan por la mentalidad de los ciegos, es por el contrario, un problema abstracto, central en toda teoría del conocimiento, el pasaje de la sensación al juicio, que los estudiosos procuran resolver estudiando las reacciones de un ciego que recupera la vista.
Hace ya casi medio siglo , en 1700, William Molyneux realiza el siguiente interrogante: “ supongamos a un ciego de nacimiento que ahora sea un hombre adulto, al cual se le haya enseñado a distinguir por el tacto un cubo y una esfera del mismo metal y aproximadamente del mismo volumen, de modo que cuando los tocara pudiera decir cuál es el cubo y cuál la esfera, el ciego que llegue a gozar de la vista, nos preguntamos, si podría discernir cuál es la esfera y cuál es el cubo pero sin tocarlos»
Le plantea a su amigo Locke el famoso problema que lleva su nombre. Locke, en su Ensayo sobre el entendimiento humano, sostiene al igual que Molineaux que el ciego no distinguiría la esfera del cubo, por¬que aunque haya aprendido por experien¬cia de qué manera afectan a su tacto, sin embargo no sabe todavía que aquello que afecta su tacto de tal o cual manera debe impresionar a sus ojos de tal o cual modo.
Por su parte, Condillac, en su Ensayo sobre el origen de los conocimientos humanos intenta demostrar, contra Locke y Berkeley, en su Teoría acerca de la visión que si el ciego de nacimiento ve los cuerpos, discernirá sus figuras y que si su juicio vacila , esto se deberá a razones metafísicas.
Tenemos pues opiniones contrapuestas.
Le planteo a una joven ciega de nacimiento el problema de Molineaux. Me sorprende su rápida y categórica respuesta, dice: ¡NO! Ella no sería capaz de distinguir un cubo y una esfera por la vista; le pregunto por qué, contesta simplemente “porque yo no sé qué es ver”
En relación a las posiciones que veníamos enunciando, Diderot afirma que ambas tienen su parte de razón pero hace otras consideraciones; en primer lugar :¿verá el ciego inmediatamente después de la curación del órgano? .Esto es lo que generalmente tendemos a pensar que los ojos se abrirán, caerán las escamas y (en palabras del nuevo testamento) el ciego “recibirá la vista”; en segundo término, en caso de que viera, ¿verá lo suficiente para discernir las figuras y podrá al verlas ,darles los mismos nombres que les daba tocándolas?
Las opiniones continúan divididas.
Casi hay un total acuerdo en que sólo la experiencia podrá enseñarle a evaluar la distancia de los objetos, y que incluso necesitará acercarlos, tocarlos, alejarlos, aproximarlos y, tocarlos de nuevo, para asegurarse de que no son parte de él mismo.
Diderot piensa, además, que hará falta un tiempo para que el ojo se vuelva experto y no necesitará el auxilio del tacto. Además podrá distinguir los colores como así también discernirá al menos los límites más gruesos de los objetos.
Para tales razonamientos se basa en las famosas experiencias de Cheselden. El joven, a quien ese hábil cirujano le extirpó las cataratas, no dis¬tinguió por mucho tiempo tamaños, distancias, situaciones, ni siquiera figuras, motivo por el cual el joven anduvo a tientas durante dos meses.
Un objeto de una pulgada puesto frente a su ojo, y que le ocultaba una casa, le parecía tan grande como la casa. Tenía todos los objetos en los ojos y le pare¬cían aplicados a ese órgano, como los objetos del tacto lo son a la piel. Logró percibir, aunque con esfuerzo, que su casa era más grande que su habitación, pero no pudo entender en absoluto cómo el ojo podía darle esa idea. Le hicieron falta un gran número de expe¬riencias reiteradas para comprobar que la pintu¬ra era una representación, estiró la mano hacia lo que veía, y quedó muy sorprendido al encontrar solamente un plano unido y sin ninguna salien¬te; preguntó entonces qué era lo engañoso, el sentido del tacto o el de la vista.
Hoy, dos siglos y medio más tarde, se comprobó que aquellos que pueden ver después de haber sido ciegos desde el inicio de sus vidas sufren dificultades radicales al encontrarse de pronto inmersos en un caótico mundo de apariencias, un mundo cambiante, inestable, evanescente.. Quienes han construido el mundo con otros sentidos distintos de la visión se desconciertan ante el mismísimo concepto de “apariencia” que no posee analogía alguna con los demás sentidos. El mundo de las apariencias, sus ilusiones, espejismos, engaños deviene increíble para alguien que acaba de recuperar la vista
Resulta particularmente interesante la reacción de algunos sujetos frente a figuras invertidas, como cubos y escaleras dibujados en perspectiva, no ven las figuras invertidas y no las ven en profundidad. Del mismo modo tampoco hay fluctuación de la figura-fondo en las figuras ambiguas. Al parecer, no pueden ver cambios de distancia/ tamaño en las ilusiones, ni tampoco experimentar el efecto cascada, el efecto familiar que sucede a la percepción del movimiento. Los que tenemos visión normal, aún cuando sepamos que la percepción es ilusoria, podemos decir que la ilusión es “vista”. Muchos de estos efectos ilusorios también pueden demostrarse en niños pequeños y en algunos monos. Que algunos sujetos no puedan verlas ilustra cuan rudimentaria es su capacidad de construcción visual, resultado de la ausencia de experiencia visual temprana.
Después de los juegos de apariencias, volvamos a Diderot quien parece no haber sido engañado por ellas. El filósofo reconstruye ingeniosamente la génesis de las ideas en el ciego de nacimiento preguntándose cómo un ciego de nacimiento se forma idea de las figuras.
En su Carta dedica un tiempo extenso a Saunderson, (1682) ciego al año de edad. Saunderson da lecciones de óptica, pronuncia discursos sobre la naturaleza de la luz y los colores, explica la teoría de la visión, trata acerca de los efectos de los cristales, los fenómenos del arco iris y otras materias relativas a la vista y a su órgano.
Crea una máquina que le sirve para los cálculos algebraicos y para la descripción de las figuras rectilíneas.
Es autor de “Elementos de álgebra”. A él le pertenece la división del cubo en seis pirámides iguales que tienen sus vértices en el centro del cubo y sus bases corresponden a cada una de sus caras. Se utiliza para demostrar de una manera muy simple que toda pirámide es el tercio de un prisma de igual base e igual altura
Cuenta Diderot que a su ciego lo afectaba la menor vicisitud que se producía en la atmósfera y, sobre todo en los tiempos de calma, percibía la presencia de objetos que no estaban más que a unos pasos de distancia. Relata que un día en que asistía a observaciones astronómicas que se realizaban en un jardín, las nubes que de tanto en tanto les ocultaban a los observadores el disco del sol ocasionaban una alteración bastante notable en la acción de los rayos sobre su rostro para indicarle los momentos favorables o adversos para las observaciones. Tal vez , podríamos pensar que en sus ojos se producía alguna conmoción capaz de advertir la presencia de la luz sino fuera por el hecho de que Saunderson estaba privado no solamente de la vista sino también del órgano, entonces , sostiene Diderot, veía por la piel, un envoltorio que tenía para él una sensibilidad exquisita.
Es tan sensible a las menores vicisitudes que ocurren en la atmósfera que puede distinguir una calle de un callejón sin salida
Nuestro ciego ante la pregunta de qué entendía que era un espejo respondió:
“Una máquina que pone las cosas en relieve lejos de ellas mismas, si éstas se hallan ubicadas convenientemente con relación a ella. Es como mi mano que no hace falta que la apoye al lado de un objeto para sentirlo”
¿Y qué son para nuestro ciego los ojos? “Un órgano –responde- sobre el cual el aire produce el efecto de mi bastón sobre mi mano. Tan cierto es que cuando coloco mi mano entre sus ojos y un objeto, mi mano está presente ante ustedes, pero el objeto está ausente”
Dos siglos más tarde Diderot regresa de la mano de Lacan, quien nos invita a leer aquella famosa Carta... Lacan nos dice que en el ámbito de lo geometral, la luz, parece a primera vista, darnos el hilo. En efecto, ese hilo nos une a cada punto del objeto. Ahora bien, la luz se propaga en línea recta. Parece, por tanto, que el hilo nos lo da la luz.
Pero, el hilo no necesita de la luz –sólo necesita ser un hilo tenso. Por eso, el ciego puede seguir todas nuestras demostraciones. Le hacemos palpar, por ejemplo, un objeto de una altura determinada, luego le hacemos seguir el hilo tenso, y le enseñaremos a distinguir con la punta de los dedos en una superficie, una determinada configuración que reproduce la demarcación de las imágenes –exactamente como en óptica pura, imaginamos, las correspondencias entre puntos en el espacio, lo cual siempre equivale, a situar dos puntos en un solo hilo.
Diderot nos dice que el ciego supone un rayo de luz como un hilo elástico y delgado o como una serie de corpúsculos que golpean nuestros ojos a una velocidad increíble, y calcula en consecuencia. El paso de la física a la geometría se ha realizado y la cuestión se vuelve puramente matemática. Entonces, la geometría, disciplina matemática que estudia las representaciones que podemos hacernos del espacio y las figuras o cuerpos que se pueden formar es perfectamente asequible a los ciegos congénitos.
Sin embargo, sostiene que en la cabeza del ciego de nacimiento no sucede nada análogo a lo que ocurre en la nuestra, afirmando que el ciego no imagina, porque para imaginar, nos dice que es preciso pintar un fondo y destacar puntos sobre ese fondo, asignándoles un color diferente al del fondo. Si a esos puntos les otorgamos el mismo color que al fondo, de inmediato se confunden con él y la figura desaparece.
y si la figura desaparece ¿cómo podríamos, entonces , pensar la vida onírica de los ciegos?
En La Interpretación de los Sueños,(1900-1901) Freud nos dice que el miramiento por la figurabilidad dentro del peculiar material psíquico de que se sirve el sueño, consta, la más de las veces, de imágenes visuales. También señala que no todos los sueños muestran esa trasmudación de la representación en una imagen sensible; hay sueños compuestos sólo por pensamientos.
¿Deberíamos pensar que los sueños de los ciegos no pasan por la trasmudación a lo sensible, que simplemente son pensados o sabidos como suelen serlo en la vigilia?
Ciertamente que no.
Conozco sujetos adultos que han cegado siendo niños y todavía sueñan con imágenes visuales; a otros que han cegado recientemente, los colores se les van borroneando, desgastando, otros sueñan con colores vivaces, fluorescentes, casi irreales. También puedo relatar el caso de una joven mujer que hace más de la mitad de su vida que está ciega. Cuando sueña, ella se ve en el sueño como los otros la ven, sin embargo se sueña ciega, es decir se “mira “pero ella como protagonista del sueño, no mira, porque está ciega.
Sin embargo, el enigma, lo ofrecen, los ciegos congénitos.
¿Cómo sueñan? Les pregunto a un grupo de jóvenes
Tal como vivimos -contesta uno de ellos
-sueño con el traqueteo del tren, con su sonido, con mi cuerpo en movimiento- dice otro
-sueño con un olor que me invadió, con la suavidad o la aspereza de algo, contesta un tercero
-no sé por qué siempre sueño que estoy en la casa de mi mamá y no en la mía –dice una muchacha
-y ¿cómo te das cuenta?, le pregunto
-porque mi departamento es pequeño, en seguida lo recorro, en cambio la casa de mi mamá es amplia, tiene muchas habitaciones, un patio grande
Dejemos de soñar y vayamos a la ciencia. ¿Qué nos dice hoy , 250 años después de los planteos filosóficos que veníamos enunciando?
Las opiniones, hoy como entonces, siguen divididas.
Juan Cuatrecasas (1969) (neurobiólogo) define al hombre como un animal geométrico gracias a la función visual sosteniendo que la proyección de las imágenes son el soporte de nuestro pensamiento; nuestra mentalidad se basa en la óptica.
Respecto del ciego de nacimiento sostiene que sólo carece de los referentes externos tales como la visión de los colores que siendo un fenómeno interesante no deja por ello de ser secundario. Se trata de un fenómeno de matización de las imágenes; sin embargo, no resultan indispensables para la percepción de las mismas. Para imaginar, la visión de los colores no resulta necesaria ni tan siquiera la experiencia retiniana individual puesto que la elaboración de las imágenes es función de la más alta esfera sensorial óptica autónoma del órgano.
El desconocimiento de las funciones ópticas corticales y subcorticales que confunde la fisiología ocular periférica con la psicofísiología de los centros encefálicos relacionados con la visión , es lo que ha llevado a algunos autores a sostener que los ciegos no pueden concebir el mundo en forma semejante a quienes ven porque sólo tendrían acceso al concepto de un espacio táctil, derivado de las imágenes táctiles localizada en la yema de los dedos.
Sin embargo, la supuesta suplencia táctil del ciego sólo es parcial. Las percepciones táctiles pronto se desprenden de sus caracteres específicos, tales como presión, temperatura, movimiento, etc., al ser centralizadas e interpretadas por el sistema nervioso dejando la sensación de forma, espacio, que los centros corticales transforman en verdaderas sensaciones espaciales.
Es indudable que existe una percepción de la espacialidad a la que concurren además de la visión diferentes sentidos, especialmente el tacto y el sentido kinestésico pero no determinan por si mismos la percepción del espacio, este autor nos advierte que no debemos caer en el error de intentar explicar las representaciones espaciales del ciego por la suplencia táctil ya que dicha suplencia realizada a través de los otros sentidos es puramente formal y externa.
Los datos obtenidos a través del tacto son interpretados rápidamente para situar el objeto palpado en proyección espacial porque el ciego, tal como nos aclara Lacan, opera con la visión geometral, es decir, la visión situada en un espacio que no es, en su esencia, lo visual
En las antípodas de esta posición nos encontramos con un oftalmólogo, Alberto Valvo quien sostiene que la percepción simultánea de los objetos es algo insólito para aquellos que están habituados a la percepción secuencial a través del tacto. De este modo afirma que los que vemos vivimos en el espacio y en el tiempo; los ciegos sólo viven en un mundo temporal, pues construyen sus mundos a partir de secuencias de impresiones táctiles, auditivas, olfativas y son incapaces de tener una percepción simultánea, de crear una escena instantánea .La idea que nos transmite es que el ciego, casi exclusivamente, “vive en el tiempo”
Veamos ahora, algunos ejemplos que nos permitan tomar alguna posición en relación a la posibilidad o imposibilidad de la construcción del espacio en ciegos congénitos.
Volvamos a recordar a aquel joven paciente de Cheselden que luego de ser operado de cataratas no dis¬tinguió por mucho tiempo tamaños, distan¬cias, situaciones, ni siquiera figuras, razón por el cual el joven anduvo a ciegas durante dos meses.
Dos siglos más tarde, todos los pacientes descritos en la literatura sobre el tema se han encontrado, tras la operación, con grandes dificultades a la hora de percibir el espacio y la distancia, dificultades que se prolongaron meses e incluso años.
Veamos ahora, algunos testimonios relatados por Oliver Sacks .
Se trata de tres pacientes nacidos ciegos y que luego de haber vivido aproximadamente 50 años de sus vidas como ciegos, fueron operados y recuperaron la visión
-al poco tiempo de ser operado un paciente es llevado por su médico neurólogo al Museo de la Ciencia de Londres para que viera una magnífica colección:
El episodio más interesante fue su reacción ante una pieza, un torno exhibido en una vitrina de cristal especial... Lo condujeron a la vitrina de cristal, que estaba cerrada, y le pidieron que diga qué había en ella. Fue incapaz de decir nada acerca del torno. A continuación le pidieron al guarda del museo que abriera la vitrina y al paciente se le permitió tocar el torno. El resultado fue asombroso. Recorrió el torno ávidamente con los dedos, cerrando los ojos. A continuación retrocedió un poco, abrió los ojos y dijo: “Ahora que lo he tocado, puedo verlo”
-otro paciente relata que cuando le quitaron los vendajes... oyó una voz delante de él: se volvió hacia la fuente del sonido y vio una “mancha”. Comprendió que debía de ser una cara. Parecía convencido de que no habría sabido que eso era una cara de no haber oído previamente la voz y de no haber sabido que las voces procedían de las caras.
Durante esas primeras semanas siguientes a la operación no percibía la profundidad ni la distancia, las luces de las calles eran manchas luminosas pegadas a los cristales de las ventanas, y los pasillos del hospital agujeros negros. Cuando cruzaba la calle el tráfico lo aterraba, incluso cuando iba acompañado.
Este paciente decía que antes de la operación tenía una idea completamente distinta del espacio y sabía que un objeto podía ocupar sólo un lugar identificable al tacto. Sabía también que si había un obstáculo o un escalón, este obstáculo acaecía después de cierto período de tiempo, al cual él estaba acostumbrado. Tras la operación, después de muchos meses, ya no pudo coordinar las sensaciones visuales con la velocidad de su paso. Tenía que coordinar tanto su visión como el tiempo necesario para cubrir la distancia, cosa que encontraba muy difícil. Si el paso era demasiado lento o demasiado rápido, tropezaba.
-otro paciente dijo que andar sin su bastón, lo confundía, pues su apreciación del espacio y la distancia era incierta e inestable. A veces las superficies u objetos le parecían amenazantes, como si estuvieran encima de él, cuando de hecho se hallaban a bastante distancia; a veces le confundía su propia sombra (toda la noción de sombras, de objetos bloqueando la luz, le dejaba perplejo) y se detenía o daba un traspié o intentaba pasar por encima. Las escaleras, eran particularmente riesgosas ya que lo único que veía era una confusa superficie plana de líneas paralelas y líneas que se entrecruzaban: no podía verlas como objetos sólidos que subían o bajaban en un espacio tridimensional.
¿Cómo se daban, en estos pacientes, las formas? al principio habían sido incapaces de reconocer ninguna forma visualmente, ni siquiera formas tan simples como un cuadrado o un círculo, que reconocían rápidamente al tacto. Tocar un cuadrado no se correspondía en absoluto con ver un cuadrado. Ésa fue la respuesta a la pregunta de Molineaux.
Tal como Berkeley había anticipado, estos sujetos sólo comprendían lo que veían poco a poco, y en la medida en que eran capaces de relacionar las experiencias visuales y las táctiles. Lo mismo había ocurrido en los 250 años transcurridos desde la operación de Cheselden: casi todos habían experimentado la más profunda y lockeana confusión y perplejidad.
Lacan nos recuerda que en la misma época en que la meditación cartesiana inaugura en su pureza la función del sujeto se desarrolla una dimensión de la óptica, que para distinguirla llamó geometral. Y es de esta dimensión geometral de la que nos hemos ocupado ampliamente.
Esta construcción pasa completamente por alto lo que está en juego en la visión. Pues el espacio geometral de la visión –aún incluyendo en él las partes imaginarias del espacio virtual, un ciego lo puede perfectamente, reconstruir, imaginar.
Entonces, existe cierta óptica que pasa por alto lo propio de la visión. Es una óptica que está al alcance de los ciegos. Hemos intentado demostrar hasta qué punto el ciego es capaz de dar cuenta, de reconstruir, imaginar, todo cuanto del espacio nos procura la visión.
La perspectiva geometral es asunto de demarcación del espacio, no de vista.
Hemos visto posiciones diferentes, adherimos, la experiencia nos da sobradas pruebas de ello, a aquella posición que sostiene que el ciego puede perfectamente concebir que el campo del espacio que él conoce, puede ser percibido a distancia y de manera simultánea. Le basta aprehender una función temporal: la instantaneidad. (...) La dimensión geometral de la visión no agota, pues, para nada, lo que de relación subjetivante originaria nos propone el campo de la visión como tal.
Hemos llevado las cosas al extremo, ver cómo imagina y construye el espacio el ciego congénito para comprobar, tal como nos anuncia Lacan que la dimensión geometral nos permite vislumbrar cómo el sujeto está atrapado, capturado en el campo de la visión.
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