retomando las publicaciones en mi blog el cual abandoné hace 2 años, les traigo un cuento hecho por mí. espero les guste a todos!
Amor y Reencuentro.
Por
Magalí Rossi.
Sabían
que ese día, sus vidas darían un giro.
Llovía
como nunca antes se había visto en esa ciudad, Dulce iba camino a casa después
de un día larguísimo en la universidad.
Se
detuvo para esperar que cese un poco el aguacero, en el escaparate de una
tienda en donde había una especie de techo para resguardar la vidriera.
Estaba
distraída, viendo un hermoso vestido
blanco bordado con flores de color rosa que había en esa tienda, cuando giró el
rostro hacia la vereda de enfrente y vio pasar a un chico con uniforme de
doctor y un maletín. Sus miradas se cruzaron por un instante, y los ojos color
miel de él y los azules de ella se encontraron por medio segundo.
Ella
temblando de la emoción se preguntaba si era él, Efraím aquel niño con el que
había pasado tantos veranos y tantas clases del colegio.
La
lluvia se detuvo y ella se dispuso a regresar a su casa.
Llegó,
se hizo un té, le puso dos cucharaditas
de azúcar, y fue a su cuarto.
Comenzó
a buscar entre sus cajones, y encontró, aquel cuaderno en que un día, con esa
letra infantil de cuarto grado de
primaria, había escrito el nombre de Efraím y el suyo en un corazón.
También
apareció aquella foto que le tomaron en
aquel cumpleaños frente al pastel, donde se observaba su cara sonriente al
estar a su lado en ese instante.
Mientras
tanto, Efraím había llegado al hospital, hacía poco se había recibido de médico
clínico, y había decidido volver a esta ciudad, después de que sus padres se lo
llevaran a Estados Unidos cuando tenía
11 años.
Mientras
ordenaba papeles, tenía la imagen en su mente, de aquella niña con cabello
rubio que siempre en la escuela y en las vacaciones de verano solía salir a
jugar con él. También, su rostro se le oscurecía, cada vez que recordaba aquella
promesa que hicieron de ser amigos hasta el fin y nunca separarse, promesa que
los padres de él rompieron al alejarlo de Dulce.
Ese día
que él la vio corriendo, persiguiendo aquel auto, rogando que no se fuera, sintió un
vacío enorme y jamás había vuelto a sonreír hasta hoy.
¿Será
aquella niña?- se preguntó. Y quedó pensando en esa mirada que le recordaba al
mar.
El
despertador sonó y Dulce se levantó de prisa y con una voz desesperada gritó:
¡Dios, se me hizo tarde!
Salió,
tomó su netbook y su bici. Llegaba
tarde. Cruzaba las calles rapidísimo. Hasta que se distrajo por un momento, y
un auto que venía más rápido que ella, la arroyó.
Se vio
tirada en el suelo, un montón de personas la rodeaban. Luego una ambulancia.
A llegar al hospital, escuchó una voz a lo
lejos que decía: --doctor Efraím le traemos una paciente de urgencias.
El
corrió atender a esa paciente desconocida. Después de revisarla detenidamente,
Efraím dijo: --no se preocupe enfermera, solo está en un estado de inconsciencia temporal y tiene
una quebradura en la pierna derecha. En un rato pasaré a verla.
Dulce
despertó, le dolía un poco la cabeza, se vio su pierna enyesada pero estaba
bien. Agradeció al cielo de no haberse hecho mas daño y de estar en ese
cuarto de hospital bien atendida.
Al
rato, se abrió la puerta y lo vio, sin
duda era él.
Efraím
se acercó, le preguntó su nombre y cuando ella le respondió, su cara se
iluminó.
-¡Dulce!
¿Eres tú? ¡No puedo creerlo, tanto tiempo sin saber de ti!
Ella
con la voz un poco temblorosa y llena de emoción le dijo: --vaya que has
cambiado un poco, pero tu mirada sigue siendo la misma. Has cumplido tu sueño,
ser médico, eso me alegra. Y sonrió.
Él la
miró tiernamente. Con una sonrisa le dio
su tarjeta para que cuando se recuperara pudiera llamarlo y así encontrarse para hablar de todo lo que habían
cambiado sus vidas en ese tiempo.
Pasaron
dos semanas. Ella estaba mejor después de ese susto.
Entonces,
lo llamó y fue así que decidieron reunirse en la plaza en la que cuando
niños jugaban. Allí estuvieron, tomando
un helado, en esa tarde espléndida de sol.
Después,
de ponerse al día con tantas cosas y recordar aquellas anécdotas tan hermosas
de los veranos que pasaron juntos, Efraím miró a Dulce a los ojos, a ella el
corazón le latía con mucha fuerza. Entonces, fue allí cuando él le
dijo con una voz tan bella
--Dulce, perdóname. Perdóname por haberte
dejado llorando aquél día, mis padres me obligaron a que me vaya a Estados Unidos,
yo no quería dejarte. Rompí esa promesa.
Ellos
decían que no me convenía estar contigo porque nuestra relación influía en los
resultados del colegio, no era bueno, por
eso me llevaron.
Pero,
por esta razón y algo más, decidí volver
a esta ciudad después de tantos años. No pensé que iba a volver a verte. ¡Siente mi corazón!, late de tan solo
escuchar tu voz.
Dulce,
cuando recordaba a esta ciudad desde Estados Unidos, pensaba en aquella vez que saqué tu cuaderno
sin permiso y vi tu nombre y el mío dentro de un corazón. Fue allí mi promesa que
cuando creciera no te dejaría ir y no te haría pasar nuevamente esa tristeza.
Ella colocó
su mano sobre sus labios para que el callara y lo abrazó fuerte susurrándole al
oído:
-Efraím,
te extrañé tanto que mi vida no fue igual sin ti, cuando pasaron los años y
entré a la universidad, a la carrera de derecho. Allí, me dije que conseguiría una beca para irme a
Estados Unidos, quería verte.
Esto
que estoy sintiendo, me lleva a decirte que te amé desde niña y que en mi corazón
quedó un vacío cuando te fuiste, pero hoy estoy feliz de que estés de nuevo a mi lado.
Entonces
los dos se fueron acercando poco a poco, se tomaron de las manos, y unieron sus
almas en un beso lleno de pasión y ternura. Se detuvieron a observar como se
ponía el sol y al mismo tiempo mirándose a los ojos, se dijeron un te amo,
apenas audible, pero tan bello para sus corazones, corazones que a partir de
ese momento comenzaban a ensamblarse para no separarse nunca más.
Esta
historia demuestra que “Cuando dos almas son una, no existe nada ni nadie, que
pueda separarlas”, ya que un gran amor siempre nos lleva al reencuentro.